a la luz de su historia y del contexto actual: realidad y perspectivas
Introducción
Sugiero el verbo “contextualizar” para resumir la reflexión que les voy a proponer: contextualizar a la Provincia en su historia y el centenario provincial en los tiempos actuales. Lo que han compartido Ustedes estos días sobre los fundadores y las obras principales, y más concretamente sobre la teología de la historia, los ha acercado a un concepto dinámico de la misma, es decir, no simplemente cronológico ni anecdótico, sino involucrante y significativo. Quisiera, pues, que nos ubicáramos en esta perspectiva para evitar una celebración del Centenario que deje a la Provincia en un invernadero, en una urna de cristal, y que nos reduzcamos a recordar con cuidado hechos del pasado, en una especie de arqueología. Intentemos dinamizarla contextualizándola en algunos hechos importantes de los últimos años; me voy a referir a seis, resbalándome de uno al otro porque están íntimamente relacionados.
Seguramente, al mismo tiempo, han
ido detectando elementos de la identidad provincial que nos deben servir de
presupuesto y de marco. Compartámoslos ahora de manera espontánea: la fidelidad al carisma por medio de los dos
frentes apostólicos, de misiones y de formación de clero; el testimonio de los
primeros misioneros, su fidelidad creativa, su intrepidez y riesgo, su
capacidad para dejarse llevar por la Providencia; el equilibrio para combinar su
identidad vicentina con la Iglesia colombiana y para enfrentarse a los avatares
de la historia; el aprecio de que ha gozado por parte de la gente, los pobres,
los obispos, el clero y la sociedad en general; la apertura misionera con
fundaciones en regiones apartadas y pobres, las misiones populares de las
épocas en que les eran propias, y con el envío de misioneros a otras Provincias
y a lugares lejanos como el África; el apoyo a las relaciones interprovinciales
a través de CLAPVI; la tradición y el espíritu litúrgicos, manifestados en la
preparación de no pocos de sus miembros, en la vitalidad de sus parroquias, en
la formación de los sacerdotes y en el esplendor de sus celebraciones; la
vivencia de las virtudes vicentinas propias, sobre todo de la humildad y la
sencillez (aunque con razón se haya dicho que el exceso de modestia le ha
impedido hacer historia); la asimilación del Concilio Vaticano II (alguien
llegó a decir que no había conocido una institución eclesial que mejor lo hubiera
asimilado); el sentido de la pobreza y
del pobre; el sentido del trabajo y el celo misionero; el sentido del laico al
ritmo de lo que ha ido sucediendo en la Iglesia posconciliar y las estrechas y
fraternales relaciones con las Hijas de la Caridad; el buen espíritu y el
ambiente de fraternidad; la abundancia y la autoctonía vocacionales, gracias al
origen francés; su rica tradición formativa ad intra en las casas de formación
y ad extra en los seminarios diocesanos; la especialización de la gran mayoría
de los misioneros; la tradición de los planeamientos en las casas de formación,
los seminarios, las misiones, las comunidades locales y las obras; la devoción
mariana, a los Fundadores y a los santos de la Congregación y la Familia
Vicentina…
En fin, abundan nuestras
caracterizaciones provinciales. Lo que quiere decir que la Provincia “no ha
corrido en vano”, que su historia centenaria la ha ido definiendo, que su
identidad específica se confunde con su historia y que tenemos mucho que
aprender de ella y recibirlo no solo como don sino también como tarea. Yo
destacaría como elementos centrales y de mucha actualidad la inculturación del
carisma en el contexto colombiano y la fidelidad a los orígenes, tanto de la
Congregación como de la llegada del carisma a través de los cohermanos venidos
de Francia, porque hoy por hoy la supervivencia de las Comunidades depende
enormemente de ese doble cordón umbilical: el que las liga a los signos de los
tiempos y el que las liga a sus raíces. Esta doble “fundacionalidad”, unida a
las consecuentes exigencias formativas, es lo que garantiza que nuestras
instituciones permanezcan vivas en función del Reino de Dios.
De esta manera vamos entrando en
la dinámica celebrativa que sugería al inicio. Su punto de partida es la toma
de conciencia de la herencia que nuestros antecesores nos han ido amasando,
para que pasemos a contextuarla en los espacios y tiempos que ahora nos toca
vivir. Y para esto, por otra parte, es muy útil tener en cuenta que son muchas
las lecturas que hoy se están haciendo de los
puntos de referencia para los análisis históricos y teológicos de las instancias
eclesiales. Hasta hace poco el punto de partida era casi que exclusivamente el
concepto eclesiológico; hoy, sin negar el sentido de Iglesia para procesos formativos,
para análisis coyunturales, para planes pastorales, se insiste en el contexto
sociocultural. Así pasamos al primero de los seis contextos que les quería
proponer, destacando, primero, su alcance; segundo, la presencia histórica de
la Provincia en cada uno de ellos; y, tercero, el llamado que implica para la
vivencia de este Centenario.
- La Realidad
Lo cierto es que se trata de algo
que nos es familiar, sobre todo en los últimos años, y más precisamente desde
el provincialato del Padre Álvaro Panqueva, que organizó, a mediados del
decenio de los 70, dos seminarios sobre “planeamiento”, en Popayán y Petaluma,
para todos los cohermanos, incluidos los estudiantes. Fue un momento histórico
porque puso a prueba nuestra capacidad para reflexionar y para dialogar, desató
procesos de planificación formativa y pastoral y nos habituó a entrar en
contacto con la realidad.
De esos tiempos es un esquema que
todavía es válido, hecho por el padre Juan Guerrero, para referirse a la
realidad actual como un paso. La frase de Neil Amstrong en el momento de pisar
la luna lo expresa muy bien: “paso pequeño para un hombre, paso gigantesco para
la humanidad”. Teniendo en cuenta que la realidad no es tanto un conjunto de
datos estadísticos sino un punto de referencia caracterizado por determinadas
dimensiones, vamos a mirarla de manera interpretativa. Para lograrlo,
inspirándonos en la frase del primer astronauta que pisó la luna, podemos
resumirla diciendo que es un paso. Sí, vivimos un paso, pero un paso de tanta
trascendencia que con razón se ha dicho que estamos no tanto en una época de
cambio, cuanto en un cambio de época.
Podríamos precisar este paso como
un cambio de sensibilidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que tiene
que ver con sus valores y que define su mentalidad. Este paso se da a tres
niveles, íntimamente relacionados entre ellos mismos, en dirección vertical y
en dirección horizontal. Se trata de un desplazamiento de la sensibilidad por
el pasado en favor de la sensibilidad por el futuro; de la sensibilidad por la
ortodoxia en favor de la sensibilidad por la ortopraxis; y, más intensamente,
de la sensibilidad por la verdad en favor de la sensibilidad por el sentido:
hoy por hoy las cosas no valen por lo que son sino por lo que significan.
Este desplazamiento, de
insospechadas proporciones, está poniendo en juego valores de fondo que, si no
se conjugan, llevan a una verdadera hecatombe de la humanidad: detrás de la
sensibilidad por el pasado se pone en juego el valor de la fidelidad, mientras
que detrás de la sensibilidad por el futuro se pone en juego el valor de la
novedad; detrás de la sensibilidad por la ortodoxia se pone en juego el valor
de la contemplación, mientras que detrás de la sensibilidad por la ortopraxis
se pone en juego el valor de la acción; detrás de la sensibilidad por la verdad
se pone en juego el valor de la objetividad, mientras que detrás de la
sensibilidad por el sentido se pone en juego el valor de la subjetividad.
Este nuevo enfoque de la
humanidad depende o produce, según el caso, un determinado contexto existencial
que paulatinamente se va convirtiendo en modus
vivendi de individuos y sociedades, de grupos y países, de continentes
enteros. Mencionemos apenas algunos de ellos:
-
Hoy se vive en la periferia, en las afueras
del ser, por eso las personas dependen demasiado de las circunstancias y aman
las apariencias;
-
En el mundo occidental sobre todo se ha
acentuado el sentido del experimento, que reclama como base del conocimiento la
comprobación y como su medida la eficacia;
-
La humanidad ha ido menguando en su
sensibilidad, en todos los sentidos, con una impresionante pérdida de la
intensidad y una peligrosa disminución de la capacidad de asombro;
-
Una de las consecuencias más inmediatas
de estos fenómenos es la casi que incontrolable tendencia al olvido, que va
pareja de la reducción de la capacidad de percepción; cada vez son más los
enfermos de altzimer, entendido como falta de memoria, más que de los
individuos, de las sociedades;
-
Por otra parte, el sentido de Dios con
el que se configuraban nuestros pueblos ha sido reemplazado en los últimos
tiempos por el sentido del hombre, desplazamiento de Dios en aras de la
afirmación del ser humano;
-
El teo-centrismo de nuestros pueblos que
ha sido sustituido por el antropo-centrismo de nuestras sociedades, ha cambiado
la autoridad divina por la autonomía humana y, teológicamente hablando,
conceptos evangélicos como el de la caridad, por otros meramente éticos como el
de la justicia. De esta manera se puede constatar una pérdida del espacio de
Dios, que se traduce en un mundo secularizado o secularista y, por lo mismo, si
no ateo, sí ateizante.
Aparecida califica a este cambio
de época como un fenómeno fundamentalmente cultural. Destaca la importancia del
sujetivismo que lo sustenta, en algunos casos como causa y en otros como
efecto, y plantea al respecto una implicación de mucha trascendencia: “Recae,
por tanto, sobre el individuo, toda la responsabilidad de construir su
responsabilidad, de afirmar su libertad y de tener razones para vivir que ya no
le son dadas por la tradición como sucedía en el pasado” (57). Desde el punto
de vista religioso, la misma Conferencia reconoce la sensibilidad que
caracteriza a los últimos tiempos, pero con el agravante de que es “nebulosa”,
es decir, difusa, indescifrable, difícil de orientar. Uno de los focos vitales
más afectados por esta nueva perspectiva de valores es la familia. Por supuesto
que este cambio de paradigma tiene que ver con la nueva cultura urbana que
cubre al 70% de la población y con fenómenos como la globalización, la hegemonía
económico y tecno-científica que está descuidando el “capital humano” de
nuestros pueblos y un ejercicio del poder no humanizante por su falta de
respeto a los derechos humanos y su poco interés por la solidaridad y la
democracia.
Ante este preocupante panorama,
la Iglesia se siente, al mismo tiempo, vital y debilitada. Son los obispos de
Aparecida los que reconocen con humildad que la están afectando seriamente
fenómenos como el clericalismo, el tradicionalismo, la involución, el secularismo,
la falta de auto-crítica, el moralismo, la debilidad de su opción por los
pobres, el sacramentalismo y una espiritualidad individualista. Es fácil
concluir que estos factores tienen mucho que ver con los ministros de la
Iglesia, que nosotros por carisma estamos llamados a formar. Ante esta
responsabilidad vale la pena recoger otra conclusión de los obispos
latinoamericanos, profundamente humilde y al mismo tiempo, de mucha
trascendencia: “El pluralismo cultural y religioso de la sociedad actual repercute
fuertemente en la Iglesia. Hay otras fuentes de sentido que compiten con ella,
relativizando y debilitando su incidencia social y su acción pastoral” (74).
Esta primera contextualización
del Centenario contiene un llamado: el acercamiento a la realidad sociocultural
en que vivimos. ¿En qué sentido? Para nadie es un secreto que este ambiente
está amenazando seriamente nuestro voto específico de Estabilidad: el sentido
de lo definitivo está por el suelo, la fidelidad parece ser un valor trasnochado.
He aquí una de las causas más profundas de las salidas de cohermanos, que se
han desbocado y que nos están causando tanto sufrimiento. Creo que debemos
superar la tendencia a hacer inculpaciones y más bien entrar en análisis
profundos sobre la manera como la realidad de hoy está afectando nuestros
compromisos con los consejos evangélicos, con la vida comunitaria y con la
oración. Cuando tengamos la lucidez de establecer esta relación estaremos dando
pasos importantes para la superación de esta problemática con todo lo que
implica para nuestra conversión personal, comunitaria, formativa y pastoral.
- La
Iglesia postconciliar
El
Centenario provincial va a coincidir con la celebración de los 50 años de la
apertura del Concilio Vaticano II. Esto quiere decir que la Provincia está
literalmente atravesada, en toda la mitad, por este acontecimiento. De hecho,
el esquema sobre la historia provincial que ideó CEVCO por allá en el año 2.000
la divide en dos grandes etapas: antes y después del Concilio. Esta contextualización
eclesial debería tener en cuenta el número relativamente significativo de
obispos vicentinos que fueron padres conciliares. Notable fue la figura del
primer cohermano cardenal Sydarous, patriarca copto del Cairo, y la presencia
en el grupo latinoamericano de Monseñor Tulio Botero Salazar, arzobispo de
Medellín. Recuerdo que en la fiesta de San Vicente del 27 de septiembre de
1966, en la capilla de SEPAVI, afirmó el arzobispo cohermano que con el
Concilio la Iglesia se había hecho vicentina!
Sabemos
que América Latina fue el continente que más rápida y más profundamente asimiló
el Concilio, precisamente con la Conferencia General del Episcopado de
Medellín, bajo el liderazgo de Monseñor Botero como anfitrión; la Iglesia en la
actual trasformación de América Latina a la luz del Concilio, fue el tema. De
allí brota su opción preferencial por los pobres, que él mismo obispo vicentino
asumió con un gesto profético; este paso, aunque no tuvo, como en todo lo
nuestro, el eco en los medios por ejemplo de monseñor Elder Cámara, que por
cierto era afiliado a la Congregación y vivía en una casa de Hijas de la
Caridad, fue profundamente significativo: desde ese momento abandonó el
suntuoso palacio arzobispal y se fue a vivir en los Barrios de Jesús,
construidos en buena parte con su fortuna familiar, para los pobres, en las
afueras de la ciudad.
Esta
fuerza posconciliar del Continente tuvo mucho que ver con la original
institución eclesial del CELAM, fundado por Pío XII apenas unos años antes. Este
Consejo episcopal desplegó muchas iniciativas en función de la repercusión del
Concilio y de Medellín, en torno a las 4 Constituciones Dogmáticas y a la
formación del clero de la que no fuimos ajenos nosotros. Se destaca el Instituto
Litúrgico-Pastoral de Medellín que, bajo el patrocinio siempre del arzobispo
vicentino, contó en sus comienzos con un famoso trío de cohermanos: José Manuel
Segura, Álvaro Juan Quevedo y Carlos Braga. Los dos primeros llegaron a ser
directores del mismo, el otro es el más connotado impulsor de la reforma
litúrgica posconciliar, después del famoso monseñor Aníbal Bugnini, también
vicentino. Estos tres cohermanos tuvieron mucho que ver con la parroquia modelo
de la renovación conciliar de Medellín y del país, la de San Vicente de Paúl,
del barrio Córdova, que estuvo luego en
manos de Monseñor Jorge García Isaza, entre otros.
Esta
historia eclesial latinoamericana ha tenido otros momentos cumbres en las
Conferencias posteriores donde tampoco han estado ausentes los cohermanos:
Puebla, en la que participó Florencio Galindo como coordinador de la FEBIC-LAC;
Santo Domingo, en la que estuvo Monseñor Alfonso Cabezas como representante del
episcopado colombiano; Aparecida, en la que trabajó arduamente Jorge Luis
Rodríguez en calidad de secretario ejecutivo del Departamento de Comunicaciones
del CELAM. A esta última asistió también el tercer cardenal vicentino, Franc
Rodé, como prefecto de la CIVC-SVA, y fueron invitadas dos Hijas de la Caridad
directamente por el Santo Padre: la Madre Evelyn Franc, superiora general, y
sor Alba Arreaga, del Ecuador, en representación de las mujeres educadoras.
A
la Provincia aún tiene mucho que decirle Puebla con su concepto de Iglesia
comunión y participación y la precisión de los rostros sufrientes de Cristo en
los pobres; Santo Domingo con su insistencia en la inculturación del evangelio;
y Aparecida con la profética afirmación de Benedicto XVI en el discurso
inaugural: “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe
cristológica” (DA p. 259), todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver
con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo (cf.
DA 393). Sobre Aparecida dijo uno de sus más fuertes críticos, José Comblin,
que podría tener una vigencia de más de 100 años si se lograba entender y
asumir su verdadera novedad: el concepto de una Iglesia misionera. Pues bien,
el mismo autor insiste en que esta novedad va a depender sustancialmente de la
formación de un clero misionero, y recuerda a la Congregación de la Misión como
“una de las grandes órdenes” que contribuyeron históricamente en su momento a
la renovación de la Iglesia con la formación de los sacerdotes.
El
segundo llamado que la Provincia ha de escuchar y acoger en este año jubilar,
al ritmo de su contextualización eclesial, se debe enmarcar en estos cuatro
elementos de Aparecida: la opción formativa que está presente en el trasfondo
de todo el documento; la valoración del laico en la implantación del Regnum Dei en las realidades temporales; el concepto misionero de
ir a los más lejanos, missio ad gentes, y de
acercarse a los más alejados, missio inter gentes,
que por cierto fue acogido en el Documento Final de la última Asamblea General
de la Congregación; y la convocación a la Misión Continental que poco a poco se
ha ido precisando con un tono menos triunfalista y confesional como Misión en
el Continente y como estado de Misión.
En
este contexto la Provincia debería reafirmar su vocación específica de
formadora del clero diocesano, aprovechando la formidable riqueza de Aparecida
para renovarla con su alcance misionero y su antropología del pobre; dar un
nuevo impulso con todos los recursos que sean necesarios a la formación de los
laicos, sobre todo de la familia vicentina; y canalizar su añoranza de las
misiones populares comprometiéndose, desde sus casas de formación y los
seminarios y todas sus obras, en la Misión en el Continente que están liderando
las Conferencias episcopales y los Obispos diocesanos.
- El
Sínodo sobre la Palabra de Dios
Otra
exhortación determinante de Benedicto XVI en la inauguración de Aparecida fue que:
“Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la
roca de la Palabra de Dios” (DA p. 313). Esta semilla fue lanzada en una tierra
ya muy abonada, la de un continente marcado por la evangelización fundante
típicamente bíblica de Juan de Zumárraga, el primero obispo que llegó a México,
y los llamados ”doce apóstoles franciscanos”. Gracias a esa base, el despertar
bíblico de América Latina a partir de la Dei Verbum es excepcional, pero en el
que, según la autorizada opinión del anterior director del CEBIPAL del CELAM,
P. Fidel Oñoro, ha tenido mucho que ver
la Federación Bíblica Católica, Febic-Lac,
que fue fundada aquí por encargo de ADVENIAT, precisamente por un cohermano, el
P. Florencio Galindo, con tan buenos resultados que constituye hoy el 40% de la
Federación en todo el mundo. Otro dato histórico que nos relaciona con esta contextualización
bíblica y latinoamericana del centenario provincial es que, por el factor que
acabo de mencionar, la Provincia Vicentina de Colombia fue el primer miembro
asociado de la FEBIC-LAC, jugó un papel importante por medio del teologado de
Villa Paúl en la organización de la IV Asamblea Plenaria que se celebró en
Bogotá en 1990 y llegó a ser parte del Comité Ejecutivo mundial.
Dos
acontecimientos eclesiales recientes dan respiro a esta relación de la
Provincia con la Sagrada Escritura y al llamado que de allí se desprende: el
Sínodo y la Exhortación Verbum Domini sobre la Palabra de Dios en la vida y la
misión de la Iglesia; y el II Congreso Continental Latinoamericano de
Vocaciones que se tuvo en Costa Rica en enero de este año. En el Sínodo también
estuvieron presentes la Familia Vicentina y la Congregación de la Misión, con
los cardenales Franc Rodé y Stephanos II Ghattas, patriarca copto católico, la
Madre Evelyne Franc, también convocada por el Papa, Monseñor Marc Benjamin
Balthason Ramaroson, obispo de Farafangana, Madagascar. Yo no fui parte del
mismo pero sí de una comisión de 10 teólogos y biblistas que, desde un edificio
muy cercano al aula sinodal, la sede de la Unión de Superiores Generales,
siempre reunidos en grupo, teníamos el encargo de dar asesoría a los obispos
latinoamericanos sobre los temas que se iban debatiendo. En el II Congreso de
Vocaciones estuvieron presentes 3 Hijas de la Caridad de Brasil, Colombia y
Cuba y yo tuve la oportunidad de hacer presente a la Provincia, en mi calidad
de Secretario General de la CLAR, institución que fue corresponsable con el
CELAM de la coordinación; en el I Congreso, celebrado en Itaicí hace 17 años,
nos representó Guillermo Campuzano.
Una
lectura de la Exhortación Postsinodal desde las imágenes de la sinfonía y de la
fuente, que ella misma sugiere, permite detectar unos movimientos y unas corrientes
que le dan ritmo y dinamismo; aquellos son teológicos, éstas, misioneras, unos
y otras tienen un provocador sentido vicentino. Baste con citar el del “logos sarx egéneto” que el mismo Benedicto XVI propone como hilo conductor de
todo el documento; equivale a la fuerza de la encarnación que da rostro a la
Palabra en Jesús de Nazaret y permite al carisma reconocerlo en los rostros
sufrientes de los pobres. Se trata de un rostro que permite no solo un diálogo
con la Palabra entendida como voz, sino también un encuentro con ella que,
además, es familiar, cercano, íntimo: encuentro personal con Jesucristo vivo y
con el pobre como “lugar cristológico”.
Entre las
corrientes submarinas, presentes sobre todo en la tercera parte, Verbum mundo, y
ligadas a la Evangelii Nuntiandi
de Pablo VI, hay que destacar la
que entre nosotros conocemos como antropología del pobre. Aparece en el trípode
de los migrantes / los que sufren / los pobres, de los artículos 105 a 107,
ligado al de la justicia / la reconciliación / la paz, de los artículos 100 a
103. En lenguaje vicentino podemos decir que la antropología del pobre se basa
sobre siete principios que proféticamente plantea el Papa:
1º La Sagrada Escritura manifiesta la
predicción de Dios por los pobres y necesitados;
2º Los pobres son “hermanos” nuestros;
3º Los primeros que tienen derecho al anuncio del Evangelio son
precisamente los pobres;
4º Los pobres viven necesitados no solo de pan sino también de Palabras
de vida; 5º Los mismos pobres son agentes de evangelización;
6º La Iglesia no puede decepcionar a los pobres, sus pastores están
llamados a escucharlos, a aprender de ellos, a guiarlos en su fe y a motivarlos
para que sean artífices de su propia historia;
7º Con el círculo virtuoso de la pobreza podemos enfrentarnos al círculo vicioso de la pobreza que empobrece
a los pobres.
El II Congreso de Vocaciones dio un salto histórico en lo que tiene que
ver con la teología y la pastoral de las vocaciones que desde tantos aspectos
han determinado la historia de la Provincia durante estos 100 años, y la deberían
seguir marcando de ahora en adelante. Por estos motivos sería imperdonable que
lo desconociéramos. Lo relaciono con la Palabra de Dios porque históricamente
se ubica en el movimiento bíblico latinoamericano que se despertó con el
Concilio y que han impulsado el Sínodo y la Verbum Domini; de hecho, su
metodología y su Documento Conclusivo marchan al ritmo de una lectio divina,
para proponer finalmente cuatro rutas pastorales y formativas:
1ª La cultura vocacional que hunde sus raíces en un proyecto
antropológico abierto de por sí a la entrega y a la trascendencia, implica la
vocacionalidad como estilo de vida y se debe afirmar en la familia, la escuela
y el ambiente vital de todo ser humano. La falta de relación entre pastoral
vocacional y cultura vocacional ha producido entre nosotros un desfase
gravísimo que solo será superado cuando logremos relacionar los problemas
relativos a la estabilidad y a la vivencia de los consejos evangélicos con los
fenómenos culturales de los tiempos
actuales, a fin de ponerlos en sintonía con el evangelio y de que logremos
expresiones de fidelidad significativas e interpelantes precisamente gracias a
su alcance contextual.
2ª La vocacionalidad bautismal que como experiencia y como doctrina ya
amasó la Provincia con la relación pastoral que estableció entre nuestra
pastoral vocacional y los movimientos laicales vicentinos, afirmando, por una
parte, el carácter vocacional del bautismo y, por otra, la raíz bautismal de
toda vocación específica.
3ª El discipulado misionero de Aparecida y del carisma vicentino en la
dinámica del seguimiento, y la identificación con el Maestro, “revestirse del
espíritu de Jesucristo” en lenguaje de San Vicente, para su anuncio a los
pobres, integrando los elementos evangélicos que se han ido redescubriendo con
la relectura del tema de estos tiempos eclesiales como el carácter experiencial
de la vocación cristiana, su dimensión comunitaria, su impronta formativa.
4ª La transversalidad bíblica de toda la formación, con una referencia a
la Palabra que vaya mucho más allá del academicismo propio de muchos de
nuestros seminarios o del biblismo de ciertos proyectos apostólicos, por medio
del acercamiento al texto, al mensaje que
hay detrás del texto y a la persona que está detrás del texto y del mensaje. Se
trata de lo que hoy se conoce como biblicidad de la formación, con una dinámica
que ha llegado a ser tradicional en los procesos formativos de la Provincia,
sobre todo del teologado, penetrando pedagógicamente todos sus aspectos, más
precisamente lo académico, lo espiritual, lo comunitario y lo apostólico.
El tercer llamado que la Provincia debe escuchar y acoger al ritmo de las
contextualización del Centenario ha de ser la centralidad de la Palabra de Dios
en su vida y misión. Aparecida le ofrece dos canales muy operativos y
conducentes: la animación bíblica de la pastoral y la lectio divina. Lo primero
debería llevarla a mayor pericia evangelizadora, con la superación del
clericalismo que tanto caracteriza a la Iglesia colombiana y a nuestras obras
misioneras, por medio del protagonismo de los laicos y de los ministerios
laicales en la liturgia, en nuestras parroquias y en nuestras misiones, y de la
organización de estas últimas sobre la base de las pequeñas comunidades
eclesiales, como lo hacen los cohermanos en América Central y varios de los
nuestros en la Región de Rwanda y Burundi. Lo segunda implicaría hoy por hoy el
reimpulso de la lectura orante semanal de la Sagrada Escritura a nivel
comunitario, pero también el aprendizaje de las lenguas bíblicas en las casas
de formación, la animación de escuelas bíblicas en las obras y la
especialización de cohermanos en Sagrada Escritura.
4.
La crisis de los
escándalos sacerdotales
Hablando de Biblia y de historia nos encontramos con la afirmación de
Hans Küng sobre la crisis eclesial de estos últimos años, causada por los
escándalos de pedofilia de sacerdotes católicos en Estados Unidos, Irlanda,
Alemania, Suiza y otros países europeos. No dudó en compararla con la Reforma
protestante de Lutero. Esta comparación esconde otra coincidencia, la
concomitancia de la crisis con un momento bíblico particularmente importante:
sabemos que las tesis de Lutero se fundamentaban en su manera de interpretar la
Sagrada Escritura, especialmente la Carta a los Romanos, por lo que la Iglesia
católica reaccionó en el Concilio de Trento con un literal arrinconamiento de
la Biblia que vino con el tiempo a ser sustituida por el catecismo. De esa
misma época es el entusiasmo bíblico, históricamente excepcional, que
caracterizaba a la Iglesia, sobre todo en la península ibérica. Algo parecido
ha sucedido en la crisis actual, que estalló paradójicamente en el contexto del
Año Sacerdotal y del Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida y la misión de
la Iglesia. Hay que reconocer que lo mismo sucedió en dos momentos críticos de
la historia salvífica: el drama del exilio del pueblo de Dios y la fundación de
la Iglesia que, como momentos preñados de nueva evangelización, coincidieron
con lecturas completamente nuevas de los textos bíblicos.
La crisis que nos toca vivir es muy grave, gravísima. Ha llevado a
extremos como la persistente insistencia del mismo Küng y de grupos de teólogos
del mundo entero en la renuncia de Bendedicto XVI; la pretensión del parlamento
belga de acusarlo ante la Corte Penal Internacional de La Haya; el conflicto
diplomático entre la Santa Sede e Irlanda que en el fondo pretende socavar el
sigilo sacramental de la confesión, etc. La desnudez de algunas cifras
estadísticas es espeluznante: más de tres billones y medio de dólares pagados
por la Iglesia de Estados Unidos a las víctimas y sus abogados, en quiebra
varias de las diócesis más ricas, algunas de nuestras provincias hipotecadas
por el pago de millonarias indemnizaciones; los obispos y los superiores provinciales
casi que obligados a concentrar sus energías en el cuidado de los bienes que
aún han podido conservar sus iglesias y provincias y en medidas pastorales
dedicadas casi que exclusivamente a evitar que se repitan los crímenes,
mientras que los rebaños de miles y miles de inmigrantes latinos se sienten
como ovejas sin pastor a pesar de que constituyan el 60% de la Iglesia católica
norteamericana; abogados especializados en este tipo de demandas que hacen
escuela en otros lugares del planeta con el propósito de extender la “roya” por
todas partes…
De estos escándalos se podrían decir muchas cosas: que no se puede
relacionar la pedofilia ni con el celibato ni con la homosexualidad, pues solo
el 0.3% del clero católico ha sido pedófilo, esa proporción constituye solo el
3.0% de la población abusadora, la cifra asciende al 7.0% entre pastores
protestantes casados, llega al 80% entre parientes heterosexuales y casados de
los mismos niños; la generalización de la pedofilia en los sacerdotes y la
sindicación generalizada de esta tendencia en el clero son por decir lo menos
una infamia; el alcance mediático ha llevado a dar voz a las personas más
alejadas de la Iglesia, más ignorantes y más inexpertas para opinar, mientras
que ha silenciado la fidelidad de la inmensa mayoría de nuestros sacerdotes y
las medidas correctivas de la jerarquía; es innegable que más allá de intereses
morales, los hay económicos y anticlericales, por parte de los acusadores, los
abogados, los tribunales; también es innegable que, sin desconocer la gravedad
moral de esta falta en ministros llamados por su vocación a defender la vida y
la dignidad de todo ser humano, esta problemática lo que refleja es a una sociedad
moralmente enferma, es apenas el “iceberg” de un mundo atravesado por
corrientes aberrantes: baste con recordar el turismo sexual con niños, las
inmensas sumas de dinero que se mueven detrás de la pornografía infantil, los
escándalos de pedofilia de algunos políticos belgas o chilenos de hace unos
años…
La Congregación en Estados Unidos no ha estado exenta de esta horrible
mancha, pero tampoco de la búsqueda de soluciones: el Padre Maloney, anterior
superior general, acaba de ser nombrado por el Santo Padre como delegado
pontificio, con otros, para la visita apostólica a Irlanda. La Provincia, de
nuestra parte, está viviendo ahora una prueba terrible, no solo con el abandono
del ministerio y la laicización de un número grande de nuestros jóvenes sino también
con la aparición o agudización insospechada de debilidades que se desmadran con
hechos dados y que están reclamando medidas extremas… Hay que reconocer,
además, que al mismo tiempo se está deteriorando junto con la crisis ecológica
actual el ecosistema de la vida comunitaria, el celo misionero con un estilo de
vida “ligth”, la vida interior con la manía del internet, del celular, de las
relaciones externas, del activismo… No podemos vivir el Centenario de espaldas
a esta crisis porque somos una provincia esencialmente clerical, no solo por la
vocación específica de la mayoría sino también por el carácter prioritario de
nuestra formación del clero, ni desconocer la corresponsabilidad de todos en
fenómenos que se expanden, ni cerrar de manera miope los ojos ante una
avalancha que se ve venir y que los mismos episcopados nuestros parecen ignorar
con una ingenuidad parroquial o provinciana. Por el contrario, esta cuarta
contextualización contiene un cuarto llamado: a la santidad! Su punto de
partida ha de ser la conversión personal, comunitaria, estructural y pastoral
que nos propone Aparecida (Cf. 365-366); y sus expresiones innegociables, la
caridad teologal, fraterna y apostólica (Cf. Deus Caritas est ), la vida de oración personal y comunitaria, la
vida fraterna en comunidad, la vivencia misionera de las consejos evangélicos,
la dedicación a la formación de los pobres, los laicos y los sacerdotes.
5.
La problemática de la Vida
Consagrada
Resbalémonos ahora hacia la Vida Consagrada con la que nos identificamos
por nuestra condición de Sociedad de Vida Apostólica, porque como si fuera
poco, si por allá llueve por aquí no escampa: en este continente de la
esperanza estamos siendo testigos de la literal negación de la doctrina paulina
de los carismas con las conductas enfermizas, por decir lo menos, de tres
fundadores de comunidades notablemente prósperas: el Padre Maciel, de los
Legionarios de Cristo, en México; el cofundador de los Sodalicios, en Perú; el
Padre Caradima, impulsor de un fuerte movimiento vocacional, sacerdotal y hasta
episcopal, en Chile. Por otra parte, las comunidades religiosas se envejecen,
dejan de recibir vocaciones, sufren las salidas y hasta los suicidios de
miembros de madura edad (la situación chilena en este caso es deprimente). Hay
provincias de religiosas y religiosos donde el número de miembros mayores de 90
años supera al de menores de 60, la revista de Vida Religiosa más prestigiosa
del mundo ha bajado la cifra de 50.000 suscripciones a solo 4.000 en los
últimos tres años. Comunidades que padecen la incertidumbre de los dos
discípulos de Emaús en los problemas afectivos, la idolatría del personalismo,
el rechazo de la institucionalidad, las dificultades en el ejercicio de la
autoridad y la animación, el desequilibrio entre
autonomía-flexibilidad-exigencia, la irrupción de nuevos modelos culturales
marcados por la virtualidad, las nuevas enfermedades psíquicas, la
fragmentación de la familia, la concentración de las crisis en la vida
comunitaria, la transpolación de los problemas individuales a la comunidad, la
tendencia a la huida como forma de evasión, la brecha generacional, la búsqueda
de protagonismos, la indiferencia y la inmadurez, la falta de coherencia…
Al mismo tiempo, la Vida Consagrada reverdece en la diversidad cultural y
de edad de sus miembros, la pasión por Cristo y los pobres, la capacidad de
escucha, la pedagogía del discernimiento, el testimonio martirial, la
multiplicidad de dones y carismas, la vida de oración, las dinámicas de
circularidad y descentralización de los últimos tiempos, la vitalidad de los
jóvenes y de los ancianos, el liderazgo participativo, el crecimiento en la
libertad, la solidaridad, la corresponsabilidad y la transparencia…
Se trata de un cruce de caminos en el que tampoco han estado ausentes ni
la Congregación ni la Provincia: el cardenal Fran Rodé, el vicentino que ha
ocupado una responsabilidad más alta en la historia de la Iglesia, acaba de
entregar su oficio de Prefecto de la CIVC-SVA, aunque dejando una estela de
insatisfacción en los religiosos de todo el mundo por su visión integrista de
la Iglesia y de la Vida Religiosa; en nuestra antigua casa provincial funcionó
el embrión de lo que hoy es el servicio de formación de religiosas y religiosos
de la CRC, liderando por cohermanos que aún viven como Jorge García y Fenelón
Castillo; el Padre Eduardo Arboleda fue el primer presidente de la Conferencia
de Religiosos de Colombia y casi todos sus sucesores han formado parte de la
junta directiva; varios cohermanos han sido miembros de sus comisiones,
presidentes de las seccionales, vicarios episcopales de religiosos; uno de los
nuestros es actualmente el Secretario General de la CLAR…
Esta relación y este contexto plantean al Centenario un quinto llamado
que podemos descifrar en la manera como precisamente la CLAR se ha orientado
durante el actual trienio: a la luz de un Horizonte Inspirador que camina del
encuentro de Jesús de Nazaret con la Sirofencia (Mc 7,24-30) hasta la Transfiguración
(Mc 9,2-10), para afirmar la dinámica de la “interrelacionalidad” en
experiencias intercongregacionales, en la preocupación por la armonía con la
naturaleza, en el esfuerzo por “hacer efectivo el evangelio” en beneficio de
los pobres, en el reconocimiento de los carismas fundacionales en los laicos,
en la formación de animadores de comunidades locales, en la actualidad de la
vocación de los religiosos hermanos, en el reconocimiento de los nuevos
escenarios y los sujetos emergentes…
De este amplio panorama podemos entresacar dos movimientos que deberían
caracterizar nuestra respuesta contextual: la reconfiguración de las provincias
y la relación entre carisma y laicado. Hoy por hoy, no hay comunidad que no se
esté reconfigurando y que no se esté abriendo de manera creativa y humilde a la
presencia del laico en su vida y misión. Ya hemos insistido en lo segundo,
aunque no podemos dormirnos sobre la veta laical del carisma que existió desde
los inicios con la primera fundación de san Vicente, las Caridades. Centrémonos
en la primera corriente para que nos abramos a la reconfiguración, por motivos
no de supervivencia sino de vitalidad. Pero ¿cómo es posible, se preguntará más
de uno, que éste nos venga a hablar de este tema precisamente en la celebración
del Centenario? Porque el posconcilio nos equiparó para estos pasos, porque ya
hemos dado varios, porque la Provincia tiene en este aspecto una vocación
singular y específica y porque no darlos sería al mismo tiempo ceguera y
suicidio.
Me explico: 1º Las nuevas Constituciones, la Instrucción sobre la Estabilidad,
Castidad, Pobreza y Obediencia en la Congregación de la Misión, la Guía
Práctica del Visitador, la Guía Práctica Superior Local, que son documentos
preciosos e hijos legítimos del Vaticano II, han ido sosteniendo un proceso de
desplazamiento, equilibrado por el buen sentido común de nuestro Fundador
congregacional, Vicente de Paúl, y de nuestro Fundador provincial, Martiniano
Trujillo, de lo central a lo periférico, de lo institucional a lo personal y
comunitario, de lo religioso a lo misionero, de lo general a lo local, de lo
directivo a lo participativo, del secretismo a la comunicación, de la Provincia
a la comunidad local. 2º Creo sin lugar a dudas que fue en nuestra Provincia y
en nuestras casas de formación donde se comenzó a hablar de sentido de
pertenecía no solo a la Provincia sino también a la Congregación y al carisma. 3º
Por su relación con CLAPVI, cuya fundación surgió del genio creativo y
misionero de uno de nuestros ex-visitadores, el Padre Luis Antonio Mojica, cuya
sede ha estado casi siempre en Bogotá, cuyos secretarios ejecutivos han sido
casi todos colombianos, cuya presidencia la han ocupado todos nuestros
Visitadores, Colombia tiene la específica vocación de abrir sus fronteras a las
necesidades y las posibilidades de las provincias hermanas de América Latina. Pero
como somos una institución auto-suficiente, en lo que a recursos, miembros, tradiciones,
documentos, etc., se refiere, tendemos a encerrarnos en nosotros mismos, hacemos
de las provincias repúblicas independientes y nos sustraemos a un signo de los
tiempos que se debe asumir en dos direcciones: ad extra, por ejemplo con un ente interprovincial de
Colombia-Ecuador-Venezuela que facilite el aprovechamiento de los recursos y la
búsqueda de soluciones la actual sinergia
de las compañías aéreas nos la está sugiriendo a gritos; ad intra, la dinamización espiritual, comunitaria y evangelizadora
de nuestras comunidades locales A estos dos mecanismos estratégicos se refirió
la última Asamblea General. Así nos resbalamos brevemente hacia el sexto y
último contexto que quería proponerles.
6.
La Asamblea General
2010
Limitémonos a destacar que la historia de la Provincia ha estado marcada
en su segunda mitad por las Asambleas Generales del postconcilio y que en la
entrada de este aire renovador ha influido la concomitancia de las Asambleas
intermedias de CLAPVI con las Generales de la Congregación y la participación
protagónica de los nuestros en las comisiones, la moderación, la secretaría, los
debates…, como Eduardo Arboleda, John de los Ríos, Samuel Silverio Buitrago,
César Flaminio Rosas, Luis Antonio Mojica, Abel Nieto, Fenelón Castillo,
Aurelio Londoño, Alfonso Cabezas, Álvaro Juan Quevedo, Daniel Vásquez, Alfonso
Mesa, Guillermo Campuzano, David Sarmiento, Juan Carlos Cerquera, José Antonio
González…
La todavía reciente Asamblea General del 350º aniversario espera de la
Provincia en la celebración del Centenario a más de las respuestas que hemos
mencionado ya en relación con la antropología del pobre, el protagonismo de los
laicos vicentinos y la reconfiguración intra e inter provincial: fidelidad
creativa para la misión; formación místico-profética; nuevos espacios
ministeriales para la vocación de los Hermanos; nuevas formas de servicio al
clero; obras caracterizadas por el cambio sistémico.
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