El Centenario de la Provincia Vicentina de Colombia

a la luz de su historia y del contexto actual: realidad y perspectivas
Gabriel Naranjo Salazar, CM







Introducción


Sugiero el verbo “contextualizar” para resumir la reflexión que les voy a proponer: contextualizar a la Provincia en su historia y el centenario provincial en los tiempos actuales. Lo que han compartido Ustedes estos días sobre los fundadores y las obras principales, y más concretamente sobre la teología de la historia, los ha acercado a un concepto dinámico de la misma, es decir, no simplemente cronológico ni anecdótico, sino involucrante y significativo. Quisiera, pues, que nos ubicáramos en esta perspectiva para evitar una celebración del Centenario que deje a la Provincia en un invernadero, en una urna de cristal, y que nos reduzcamos a recordar con cuidado hechos del pasado, en una especie de arqueología. Intentemos dinamizarla contextualizándola en algunos hechos importantes de los últimos años; me voy a referir a seis, resbalándome de uno al otro porque están íntimamente relacionados.

Seguramente, al mismo tiempo, han ido detectando elementos de la identidad provincial que nos deben servir de presupuesto y de marco. Compartámoslos ahora de manera espontánea: la fidelidad al carisma por medio de los dos frentes apostólicos, de misiones y de formación de clero; el testimonio de los primeros misioneros, su fidelidad creativa, su intrepidez y riesgo, su capacidad para dejarse llevar por la Providencia; el equilibrio para combinar su identidad vicentina con la Iglesia colombiana y para enfrentarse a los avatares de la historia; el aprecio de que ha gozado por parte de la gente, los pobres, los obispos, el clero y la sociedad en general; la apertura misionera con fundaciones en regiones apartadas y pobres, las misiones populares de las épocas en que les eran propias, y con el envío de misioneros a otras Provincias y a lugares lejanos como el África; el apoyo a las relaciones interprovinciales a través de CLAPVI; la tradición y el espíritu litúrgicos, manifestados en la preparación de no pocos de sus miembros, en la vitalidad de sus parroquias, en la formación de los sacerdotes y en el esplendor de sus celebraciones; la vivencia de las virtudes vicentinas propias, sobre todo de la humildad y la sencillez (aunque con razón se haya dicho que el exceso de modestia le ha impedido hacer historia); la asimilación del Concilio Vaticano II (alguien llegó a decir que no había conocido una institución eclesial que mejor lo hubiera asimilado); el  sentido de la pobreza y del pobre; el sentido del trabajo y el celo misionero; el sentido del laico al ritmo de lo que ha ido sucediendo en la Iglesia posconciliar y las estrechas y fraternales relaciones con las Hijas de la Caridad; el buen espíritu y el ambiente de fraternidad; la abundancia y la autoctonía vocacionales, gracias al origen francés; su rica tradición formativa ad intra en las casas de formación y ad extra en los seminarios diocesanos; la especialización de la gran mayoría de los misioneros; la tradición de los planeamientos en las casas de formación, los seminarios, las misiones, las comunidades locales y las obras; la devoción mariana, a los Fundadores y a los santos de la Congregación y la Familia Vicentina…

En fin, abundan nuestras caracterizaciones provinciales. Lo que quiere decir que la Provincia “no ha corrido en vano”, que su historia centenaria la ha ido definiendo, que su identidad específica se confunde con su historia y que tenemos mucho que aprender de ella y recibirlo no solo como don sino también como tarea. Yo destacaría como elementos centrales y de mucha actualidad la inculturación del carisma en el contexto colombiano y la fidelidad a los orígenes, tanto de la Congregación como de la llegada del carisma a través de los cohermanos venidos de Francia, porque hoy por hoy la supervivencia de las Comunidades depende enormemente de ese doble cordón umbilical: el que las liga a los signos de los tiempos y el que las liga a sus raíces. Esta doble “fundacionalidad”, unida a las consecuentes exigencias formativas, es lo que garantiza que nuestras instituciones permanezcan vivas en función del Reino de Dios.

De esta manera vamos entrando en la dinámica celebrativa que sugería al inicio. Su punto de partida es la toma de conciencia de la herencia que nuestros antecesores nos han ido amasando, para que pasemos a contextuarla en los espacios y tiempos que ahora nos toca vivir. Y para esto, por otra parte, es muy útil tener en cuenta que son muchas las lecturas que hoy se están haciendo de los  puntos de referencia para los análisis históricos y teológicos de las instancias eclesiales. Hasta hace poco el punto de partida era casi que exclusivamente el concepto eclesiológico; hoy, sin negar el sentido de Iglesia para procesos formativos, para análisis coyunturales, para planes pastorales, se insiste en el contexto sociocultural. Así pasamos al primero de los seis contextos que les quería proponer, destacando, primero, su alcance; segundo, la presencia histórica de la Provincia en cada uno de ellos; y, tercero, el llamado que implica para la vivencia de este Centenario.



  1. La Realidad

Lo cierto es que se trata de algo que nos es familiar, sobre todo en los últimos años, y más precisamente desde el provincialato del Padre Álvaro Panqueva, que organizó, a mediados del decenio de los 70, dos seminarios sobre “planeamiento”, en Popayán y Petaluma, para todos los cohermanos, incluidos los estudiantes. Fue un momento histórico porque puso a prueba nuestra capacidad para reflexionar y para dialogar, desató procesos de planificación formativa y pastoral y nos habituó a entrar en contacto con la realidad.

De esos tiempos es un esquema que todavía es válido, hecho por el padre Juan Guerrero, para referirse a la realidad actual como un paso. La frase de Neil Amstrong en el momento de pisar la luna lo expresa muy bien: “paso pequeño para un hombre, paso gigantesco para la humanidad”. Teniendo en cuenta que la realidad no es tanto un conjunto de datos estadísticos sino un punto de referencia caracterizado por determinadas dimensiones, vamos a mirarla de manera interpretativa. Para lograrlo, inspirándonos en la frase del primer astronauta que pisó la luna, podemos resumirla diciendo que es un paso. Sí, vivimos un paso, pero un paso de tanta trascendencia que con razón se ha dicho que estamos no tanto en una época de cambio, cuanto en un cambio de época.

Podríamos precisar este paso como un cambio de sensibilidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que tiene que ver con sus valores y que define su mentalidad. Este paso se da a tres niveles, íntimamente relacionados entre ellos mismos, en dirección vertical y en dirección horizontal. Se trata de un desplazamiento de la sensibilidad por el pasado en favor de la sensibilidad por el futuro; de la sensibilidad por la ortodoxia en favor de la sensibilidad por la ortopraxis; y, más intensamente, de la sensibilidad por la verdad en favor de la sensibilidad por el sentido: hoy por hoy las cosas no valen por lo que son sino por lo que significan.


Este desplazamiento, de insospechadas proporciones, está poniendo en juego valores de fondo que, si no se conjugan, llevan a una verdadera hecatombe de la humanidad: detrás de la sensibilidad por el pasado se pone en juego el valor de la fidelidad, mientras que detrás de la sensibilidad por el futuro se pone en juego el valor de la novedad; detrás de la sensibilidad por la ortodoxia se pone en juego el valor de la contemplación, mientras que detrás de la sensibilidad por la ortopraxis se pone en juego el valor de la acción; detrás de la sensibilidad por la verdad se pone en juego el valor de la objetividad, mientras que detrás de la sensibilidad por el sentido se pone en juego el valor de la subjetividad.

Este nuevo enfoque de la humanidad depende o produce, según el caso, un determinado contexto existencial que paulatinamente se va convirtiendo en modus vivendi de individuos y sociedades, de grupos y países, de continentes enteros. Mencionemos apenas algunos de ellos:

-          Hoy se vive en la periferia, en las afueras del ser, por eso las personas dependen demasiado de las circunstancias y aman las apariencias;
-          En el mundo occidental sobre todo se ha acentuado el sentido del experimento, que reclama como base del conocimiento la comprobación y como su medida la eficacia;
-          La humanidad ha ido menguando en su sensibilidad, en todos los sentidos, con una impresionante pérdida de la intensidad y una peligrosa disminución de la capacidad de asombro;
-          Una de las consecuencias más inmediatas de estos fenómenos es la casi que incontrolable tendencia al olvido, que va pareja de la reducción de la capacidad de percepción; cada vez son más los enfermos de altzimer, entendido como falta de memoria, más que de los individuos, de las sociedades;
-          Por otra parte, el sentido de Dios con el que se configuraban nuestros pueblos ha sido reemplazado en los últimos tiempos por el sentido del hombre, desplazamiento de Dios en aras de la afirmación del ser humano;
-          El teo-centrismo de nuestros pueblos que ha sido sustituido por el antropo-centrismo de nuestras sociedades, ha cambiado la autoridad divina por la autonomía humana y, teológicamente hablando, conceptos evangélicos como el de la caridad, por otros meramente éticos como el de la justicia. De esta manera se puede constatar una pérdida del espacio de Dios, que se traduce en un mundo secularizado o secularista y, por lo mismo, si no ateo, sí ateizante.

Aparecida califica a este cambio de época como un fenómeno fundamentalmente cultural. Destaca la importancia del sujetivismo que lo sustenta, en algunos casos como causa y en otros como efecto, y plantea al respecto una implicación de mucha trascendencia: “Recae, por tanto, sobre el individuo, toda la responsabilidad de construir su responsabilidad, de afirmar su libertad y de tener razones para vivir que ya no le son dadas por la tradición como sucedía en el pasado” (57). Desde el punto de vista religioso, la misma Conferencia reconoce la sensibilidad que caracteriza a los últimos tiempos, pero con el agravante de que es “nebulosa”, es decir, difusa, indescifrable, difícil de orientar. Uno de los focos vitales más afectados por esta nueva perspectiva de valores es la familia. Por supuesto que este cambio de paradigma tiene que ver con la nueva cultura urbana que cubre al 70% de la población y con fenómenos como la globalización, la hegemonía económico y tecno-científica que está descuidando el “capital humano” de nuestros pueblos y un ejercicio del poder no humanizante por su falta de respeto a los derechos humanos y su poco interés por la solidaridad y la democracia.

Ante este preocupante panorama, la Iglesia se siente, al mismo tiempo, vital y debilitada. Son los obispos de Aparecida los que reconocen con humildad que la están afectando seriamente fenómenos como el clericalismo, el tradicionalismo, la involución, el secularismo, la falta de auto-crítica, el moralismo, la debilidad de su opción por los pobres, el sacramentalismo y una espiritualidad individualista. Es fácil concluir que estos factores tienen mucho que ver con los ministros de la Iglesia, que nosotros por carisma estamos llamados a formar. Ante esta responsabilidad vale la pena recoger otra conclusión de los obispos latinoamericanos, profundamente humilde y al mismo tiempo, de mucha trascendencia: “El pluralismo cultural y religioso de la sociedad actual repercute fuertemente en la Iglesia. Hay otras fuentes de sentido que compiten con ella, relativizando y debilitando su incidencia social y su acción pastoral” (74).

Esta primera contextualización del Centenario contiene un llamado: el acercamiento a la realidad sociocultural en que vivimos. ¿En qué sentido? Para nadie es un secreto que este ambiente está amenazando seriamente nuestro voto específico de Estabilidad: el sentido de lo definitivo está por el suelo, la fidelidad parece ser un valor trasnochado. He aquí una de las causas más profundas de las salidas de cohermanos, que se han desbocado y que nos están causando tanto sufrimiento. Creo que debemos superar la tendencia a hacer inculpaciones y más bien entrar en análisis profundos sobre la manera como la realidad de hoy está afectando nuestros compromisos con los consejos evangélicos, con la vida comunitaria y con la oración. Cuando tengamos la lucidez de establecer esta relación estaremos dando pasos importantes para la superación de esta problemática con todo lo que implica para nuestra conversión personal, comunitaria, formativa y pastoral.
  
  1. La Iglesia postconciliar

El Centenario provincial va a coincidir con la celebración de los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II. Esto quiere decir que la Provincia está literalmente atravesada, en toda la mitad, por este acontecimiento. De hecho, el esquema sobre la historia provincial que ideó CEVCO por allá en el año 2.000 la divide en dos grandes etapas: antes y después del Concilio. Esta contextualización eclesial debería tener en cuenta el número relativamente significativo de obispos vicentinos que fueron padres conciliares. Notable fue la figura del primer cohermano cardenal Sydarous, patriarca copto del Cairo, y la presencia en el grupo latinoamericano de Monseñor Tulio Botero Salazar, arzobispo de Medellín. Recuerdo que en la fiesta de San Vicente del 27 de septiembre de 1966, en la capilla de SEPAVI, afirmó el arzobispo cohermano que con el Concilio la Iglesia se había hecho vicentina!

Sabemos que América Latina fue el continente que más rápida y más profundamente asimiló el Concilio, precisamente con la Conferencia General del Episcopado de Medellín, bajo el liderazgo de Monseñor Botero como anfitrión; la Iglesia en la actual trasformación de América Latina a la luz del Concilio, fue el tema. De allí brota su opción preferencial por los pobres, que él mismo obispo vicentino asumió con un gesto profético; este paso, aunque no tuvo, como en todo lo nuestro, el eco en los medios por ejemplo de monseñor Elder Cámara, que por cierto era afiliado a la Congregación y vivía en una casa de Hijas de la Caridad, fue profundamente significativo: desde ese momento abandonó el suntuoso palacio arzobispal y se fue a vivir en los Barrios de Jesús, construidos en buena parte con su fortuna familiar, para los pobres, en las afueras de la ciudad.

Esta fuerza posconciliar del Continente tuvo mucho que ver con la original institución eclesial del CELAM, fundado por Pío XII apenas unos años antes. Este Consejo episcopal desplegó muchas iniciativas en función de la repercusión del Concilio y de Medellín, en torno a las 4 Constituciones Dogmáticas y a la formación del clero de la que no fuimos ajenos nosotros. Se destaca el Instituto Litúrgico-Pastoral de Medellín que, bajo el patrocinio siempre del arzobispo vicentino, contó en sus comienzos con un famoso trío de cohermanos: José Manuel Segura, Álvaro Juan Quevedo y Carlos Braga. Los dos primeros llegaron a ser directores del mismo, el otro es el más connotado impulsor de la reforma litúrgica posconciliar, después del famoso monseñor Aníbal Bugnini, también vicentino. Estos tres cohermanos tuvieron mucho que ver con la parroquia modelo de la renovación conciliar de Medellín y del país, la de San Vicente de Paúl, del barrio Córdova,  que estuvo luego en manos de Monseñor Jorge García Isaza, entre otros.

Esta historia eclesial latinoamericana ha tenido otros momentos cumbres en las Conferencias posteriores donde tampoco han estado ausentes los cohermanos: Puebla, en la que participó Florencio Galindo como coordinador de la FEBIC-LAC; Santo Domingo, en la que estuvo Monseñor Alfonso Cabezas como representante del episcopado colombiano; Aparecida, en la que trabajó arduamente Jorge Luis Rodríguez en calidad de secretario ejecutivo del Departamento de Comunicaciones del CELAM. A esta última asistió también el tercer cardenal vicentino, Franc Rodé, como prefecto de la CIVC-SVA, y fueron invitadas dos Hijas de la Caridad directamente por el Santo Padre: la Madre Evelyn Franc, superiora general, y sor Alba Arreaga, del Ecuador, en representación de las mujeres educadoras.

A la Provincia aún tiene mucho que decirle Puebla con su concepto de Iglesia comunión y participación y la precisión de los rostros sufrientes de Cristo en los pobres; Santo Domingo con su insistencia en la inculturación del evangelio; y Aparecida con la profética afirmación de Benedicto XVI en el discurso inaugural: “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica” (DA p. 259), todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo (cf. DA 393). Sobre Aparecida dijo uno de sus más fuertes críticos, José Comblin, que podría tener una vigencia de más de 100 años si se lograba entender y asumir su verdadera novedad: el concepto de una Iglesia misionera. Pues bien, el mismo autor insiste en que esta novedad va a depender sustancialmente de la formación de un clero misionero, y recuerda a la Congregación de la Misión como “una de las grandes órdenes” que contribuyeron históricamente en su momento a la renovación de la Iglesia con la formación de los sacerdotes.

El segundo llamado que la Provincia ha de escuchar y acoger en este año jubilar, al ritmo de su contextualización eclesial, se debe enmarcar en estos cuatro elementos de Aparecida: la opción formativa que está presente en el trasfondo de todo el documento; la valoración del laico en la implantación del Regnum Dei en las realidades temporales; el concepto misionero de ir a los más lejanos, missio ad gentes, y de acercarse a los más alejados, missio inter gentes, que por cierto fue acogido en el Documento Final de la última Asamblea General de la Congregación; y la convocación a la Misión Continental que poco a poco se ha ido precisando con un tono menos triunfalista y confesional como Misión en el Continente y como estado de Misión.

En este contexto la Provincia debería reafirmar su vocación específica de formadora del clero diocesano, aprovechando la formidable riqueza de Aparecida para renovarla con su alcance misionero y su antropología del pobre; dar un nuevo impulso con todos los recursos que sean necesarios a la formación de los laicos, sobre todo de la familia vicentina; y canalizar su añoranza de las misiones populares comprometiéndose, desde sus casas de formación y los seminarios y todas sus obras, en la Misión en el Continente que están liderando las Conferencias episcopales y los Obispos diocesanos.

  1. El Sínodo sobre la Palabra de Dios

Otra exhortación determinante de Benedicto XVI en la inauguración de Aparecida fue que: “Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios” (DA p. 313). Esta semilla fue lanzada en una tierra ya muy abonada, la de un continente marcado por la evangelización fundante típicamente bíblica de Juan de Zumárraga, el primero obispo que llegó a México, y los llamados ”doce apóstoles franciscanos”. Gracias a esa base, el despertar bíblico de América Latina a partir de la Dei Verbum es excepcional, pero en el que, según la autorizada opinión del anterior director del CEBIPAL del CELAM, P. Fidel Oñoro,  ha tenido mucho que ver la Federación Bíblica Católica, Febic-Lac, que fue fundada aquí por encargo de ADVENIAT, precisamente por un cohermano, el P. Florencio Galindo, con tan buenos resultados que constituye hoy el 40% de la Federación en todo el mundo. Otro dato histórico que nos relaciona con esta contextualización bíblica y latinoamericana del centenario provincial es que, por el factor que acabo de mencionar, la Provincia Vicentina de Colombia fue el primer miembro asociado de la FEBIC-LAC, jugó un papel importante por medio del teologado de Villa Paúl en la organización de la IV Asamblea Plenaria que se celebró en Bogotá en 1990 y llegó a ser parte del Comité Ejecutivo mundial.  


Dos acontecimientos eclesiales recientes dan respiro a esta relación de la Provincia con la Sagrada Escritura y al llamado que de allí se desprende: el Sínodo y la Exhortación Verbum Domini sobre la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia; y el II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones que se tuvo en Costa Rica en enero de este año. En el Sínodo también estuvieron presentes la Familia Vicentina y la Congregación de la Misión, con los cardenales Franc Rodé y Stephanos II Ghattas, patriarca copto católico, la Madre Evelyne Franc, también convocada por el Papa, Monseñor Marc Benjamin Balthason Ramaroson, obispo de Farafangana, Madagascar. Yo no fui parte del mismo pero sí de una comisión de 10 teólogos y biblistas que, desde un edificio muy cercano al aula sinodal, la sede de la Unión de Superiores Generales, siempre reunidos en grupo, teníamos el encargo de dar asesoría a los obispos latinoamericanos sobre los temas que se iban debatiendo. En el II Congreso de Vocaciones estuvieron presentes 3 Hijas de la Caridad de Brasil, Colombia y Cuba y yo tuve la oportunidad de hacer presente a la Provincia, en mi calidad de Secretario General de la CLAR, institución que fue corresponsable con el CELAM de la coordinación; en el I Congreso, celebrado en Itaicí hace 17 años, nos representó Guillermo Campuzano.


Una lectura de la Exhortación Postsinodal desde las imágenes de la sinfonía y de la fuente, que ella misma sugiere, permite  detectar unos movimientos y unas corrientes que le dan ritmo y dinamismo; aquellos son teológicos, éstas, misioneras, unos y otras tienen un provocador sentido vicentino. Baste con citar el del “logos sarx egéneto” que el mismo Benedicto XVI propone como hilo conductor de todo el documento; equivale a la fuerza de la encarnación que da rostro a la Palabra en Jesús de Nazaret y permite al carisma reconocerlo en los rostros sufrientes de los pobres. Se trata de un rostro que permite no solo un diálogo con la Palabra entendida como voz, sino también un encuentro con ella que, además, es familiar, cercano, íntimo: encuentro personal con Jesucristo vivo y con el pobre como “lugar cristológico”.

Entre las corrientes submarinas, presentes sobre todo en la tercera parte, Verbum mundo, y ligadas a la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, hay que destacar la que entre nosotros conocemos como antropología del pobre. Aparece en el trípode de los migrantes / los que sufren / los pobres, de los artículos 105 a 107, ligado al de la justicia / la reconciliación / la paz, de los artículos 100 a 103. En lenguaje vicentino podemos decir que la antropología del pobre se basa sobre siete principios que proféticamente plantea el Papa:

1º La Sagrada Escritura manifiesta la predicción de Dios por los pobres y necesitados;
2º Los pobres son “hermanos” nuestros;
3º Los primeros que tienen derecho al anuncio del Evangelio son precisamente los pobres;
4º Los pobres viven necesitados no solo de pan sino también de Palabras de vida; 5º Los mismos pobres son agentes de evangelización;
6º La Iglesia no puede decepcionar a los pobres, sus pastores están llamados a escucharlos, a aprender de ellos, a guiarlos en su fe y a motivarlos para que sean artífices de su propia historia;
7º Con el círculo virtuoso de la pobreza podemos enfrentarnos  al círculo vicioso de la pobreza que empobrece a los pobres.

El II Congreso de Vocaciones dio un salto histórico en lo que tiene que ver con la teología y la pastoral de las vocaciones que desde tantos aspectos han determinado la historia de la Provincia durante estos 100 años, y la deberían seguir marcando de ahora en adelante. Por estos motivos sería imperdonable que lo desconociéramos. Lo relaciono con la Palabra de Dios porque históricamente se ubica en el movimiento bíblico latinoamericano que se despertó con el Concilio y que han impulsado el Sínodo y la Verbum Domini; de hecho, su metodología y su Documento Conclusivo marchan al ritmo de una lectio divina, para proponer finalmente cuatro rutas pastorales y formativas:

1ª La cultura vocacional que hunde sus raíces en un proyecto antropológico abierto de por sí a la entrega y a la trascendencia, implica la vocacionalidad como estilo de vida y se debe afirmar en la familia, la escuela y el ambiente vital de todo ser humano. La falta de relación entre pastoral vocacional y cultura vocacional ha producido entre nosotros un desfase gravísimo que solo será superado cuando logremos relacionar los problemas relativos a la estabilidad y a la vivencia de los consejos evangélicos con los fenómenos culturales  de los tiempos actuales, a fin de ponerlos en sintonía con el evangelio y de que logremos expresiones de fidelidad significativas e interpelantes precisamente gracias a su alcance contextual.

2ª La vocacionalidad bautismal que como experiencia y como doctrina ya amasó la Provincia con la relación pastoral que estableció entre nuestra pastoral vocacional y los movimientos laicales vicentinos, afirmando, por una parte, el carácter vocacional del bautismo y, por otra, la raíz bautismal de toda vocación específica.

3ª El discipulado misionero de Aparecida y del carisma vicentino en la dinámica del seguimiento, y la identificación con el Maestro, “revestirse del espíritu de Jesucristo” en lenguaje de San Vicente, para su anuncio a los pobres, integrando los elementos evangélicos que se han ido redescubriendo con la relectura del tema de estos tiempos eclesiales como el carácter experiencial de la vocación cristiana, su dimensión comunitaria, su impronta formativa.

4ª La transversalidad bíblica de toda la formación, con una referencia a la Palabra que vaya mucho más allá del academicismo propio de muchos de nuestros seminarios o del biblismo de ciertos proyectos apostólicos, por medio del  acercamiento al texto, al mensaje que hay detrás del texto y a la persona que está detrás del texto y del mensaje. Se trata de lo que hoy se conoce como biblicidad de la formación, con una dinámica que ha llegado a ser tradicional en los procesos formativos de la Provincia, sobre todo del teologado, penetrando pedagógicamente todos sus aspectos, más precisamente lo académico, lo espiritual, lo comunitario y lo apostólico.

El tercer llamado que la Provincia debe escuchar y acoger al ritmo de las contextualización del Centenario ha de ser la centralidad de la Palabra de Dios en su vida y misión. Aparecida le ofrece dos canales muy operativos y conducentes: la animación bíblica de la pastoral y la lectio divina. Lo primero debería llevarla a mayor pericia evangelizadora, con la superación del clericalismo que tanto caracteriza a la Iglesia colombiana y a nuestras obras misioneras, por medio del protagonismo de los laicos y de los ministerios laicales en la liturgia, en nuestras parroquias y en nuestras misiones, y de la organización de estas últimas sobre la base de las pequeñas comunidades eclesiales, como lo hacen los cohermanos en América Central y varios de los nuestros en la Región de Rwanda y Burundi. Lo segunda implicaría hoy por hoy el reimpulso de la lectura orante semanal de la Sagrada Escritura a nivel comunitario, pero también el aprendizaje de las lenguas bíblicas en las casas de formación, la animación de escuelas bíblicas en las obras y la especialización de cohermanos en Sagrada Escritura.

4.      La crisis de los escándalos sacerdotales

Hablando de Biblia y de historia nos encontramos con la afirmación de Hans Küng sobre la crisis eclesial de estos últimos años, causada por los escándalos de pedofilia de sacerdotes católicos en Estados Unidos, Irlanda, Alemania, Suiza y otros países europeos. No dudó en compararla con la Reforma protestante de Lutero. Esta comparación esconde otra coincidencia, la concomitancia de la crisis con un momento bíblico particularmente importante: sabemos que las tesis de Lutero se fundamentaban en su manera de interpretar la Sagrada Escritura, especialmente la Carta a los Romanos, por lo que la Iglesia católica reaccionó en el Concilio de Trento con un literal arrinconamiento de la Biblia que vino con el tiempo a ser sustituida por el catecismo. De esa misma época es el entusiasmo bíblico, históricamente excepcional, que caracterizaba a la Iglesia, sobre todo en la península ibérica. Algo parecido ha sucedido en la crisis actual, que estalló paradójicamente en el contexto del Año Sacerdotal y del Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia. Hay que reconocer que lo mismo sucedió en dos momentos críticos de la historia salvífica: el drama del exilio del pueblo de Dios y la fundación de la Iglesia que, como momentos preñados de nueva evangelización, coincidieron con lecturas completamente nuevas de los textos bíblicos.    

La crisis que nos toca vivir es muy grave, gravísima. Ha llevado a extremos como la persistente insistencia del mismo Küng y de grupos de teólogos del mundo entero en la renuncia de Bendedicto XVI; la pretensión del parlamento belga de acusarlo ante la Corte Penal Internacional de La Haya; el conflicto diplomático entre la Santa Sede e Irlanda que en el fondo pretende socavar el sigilo sacramental de la confesión, etc. La desnudez de algunas cifras estadísticas es espeluznante: más de tres billones y medio de dólares pagados por la Iglesia de Estados Unidos a las víctimas y sus abogados, en quiebra varias de las diócesis más ricas, algunas de nuestras provincias hipotecadas por el pago de millonarias indemnizaciones; los obispos y los superiores provinciales casi que obligados a concentrar sus energías en el cuidado de los bienes que aún han podido conservar sus iglesias y provincias y en medidas pastorales dedicadas casi que exclusivamente a evitar que se repitan los crímenes, mientras que los rebaños de miles y miles de inmigrantes latinos se sienten como ovejas sin pastor a pesar de que constituyan el 60% de la Iglesia católica norteamericana; abogados especializados en este tipo de demandas que hacen escuela en otros lugares del planeta con el propósito de extender la “roya” por todas partes…

De estos escándalos se podrían decir muchas cosas: que no se puede relacionar la pedofilia ni con el celibato ni con la homosexualidad, pues solo el 0.3% del clero católico ha sido pedófilo, esa proporción constituye solo el 3.0% de la población abusadora, la cifra asciende al 7.0% entre pastores protestantes casados, llega al 80% entre parientes heterosexuales y casados de los mismos niños; la generalización de la pedofilia en los sacerdotes y la sindicación generalizada de esta tendencia en el clero son por decir lo menos una infamia; el alcance mediático ha llevado a dar voz a las personas más alejadas de la Iglesia, más ignorantes y más inexpertas para opinar, mientras que ha silenciado la fidelidad de la inmensa mayoría de nuestros sacerdotes y las medidas correctivas de la jerarquía; es innegable que más allá de intereses morales, los hay económicos y anticlericales, por parte de los acusadores, los abogados, los tribunales; también es innegable que, sin desconocer la gravedad moral de esta falta en ministros llamados por su vocación a defender la vida y la dignidad de todo ser humano, esta problemática lo que refleja es a una sociedad moralmente enferma, es apenas el “iceberg” de un mundo atravesado por corrientes aberrantes: baste con recordar el turismo sexual con niños, las inmensas sumas de dinero que se mueven detrás de la pornografía infantil, los escándalos de pedofilia de algunos políticos belgas o chilenos de hace unos años…

La Congregación en Estados Unidos no ha estado exenta de esta horrible mancha, pero tampoco de la búsqueda de soluciones: el Padre Maloney, anterior superior general, acaba de ser nombrado por el Santo Padre como delegado pontificio, con otros, para la visita apostólica a Irlanda. La Provincia, de nuestra parte, está viviendo ahora una prueba terrible, no solo con el abandono del ministerio y la laicización de un número grande de nuestros jóvenes sino también con la aparición o agudización insospechada de debilidades que se desmadran con hechos dados y que están reclamando medidas extremas… Hay que reconocer, además, que al mismo tiempo se está deteriorando junto con la crisis ecológica actual el ecosistema de la vida comunitaria, el celo misionero con un estilo de vida “ligth”, la vida interior con la manía del internet, del celular, de las relaciones externas, del activismo… No podemos vivir el Centenario de espaldas a esta crisis porque somos una provincia esencialmente clerical, no solo por la vocación específica de la mayoría sino también por el carácter prioritario de nuestra formación del clero, ni desconocer la corresponsabilidad de todos en fenómenos que se expanden, ni cerrar de manera miope los ojos ante una avalancha que se ve venir y que los mismos episcopados nuestros parecen ignorar con una ingenuidad parroquial o provinciana. Por el contrario, esta cuarta contextualización contiene un cuarto llamado: a la santidad! Su punto de partida ha de ser la conversión personal, comunitaria, estructural y pastoral que nos propone Aparecida (Cf. 365-366); y sus expresiones innegociables, la caridad teologal, fraterna y apostólica (Cf. Deus Caritas est ), la vida de oración personal y comunitaria, la vida fraterna en comunidad, la vivencia misionera de las consejos evangélicos, la dedicación a la formación de los pobres, los laicos y los sacerdotes.

5.      La problemática de la Vida Consagrada  

Resbalémonos ahora hacia la Vida Consagrada con la que nos identificamos por nuestra condición de Sociedad de Vida Apostólica, porque como si fuera poco, si por allá llueve por aquí no escampa: en este continente de la esperanza estamos siendo testigos de la literal negación de la doctrina paulina de los carismas con las conductas enfermizas, por decir lo menos, de tres fundadores de comunidades notablemente prósperas: el Padre Maciel, de los Legionarios de Cristo, en México; el cofundador de los Sodalicios, en Perú; el Padre Caradima, impulsor de un fuerte movimiento vocacional, sacerdotal y hasta episcopal, en Chile. Por otra parte, las comunidades religiosas se envejecen, dejan de recibir vocaciones, sufren las salidas y hasta los suicidios de miembros de madura edad (la situación chilena en este caso es deprimente). Hay provincias de religiosas y religiosos donde el número de miembros mayores de 90 años supera al de menores de 60, la revista de Vida Religiosa más prestigiosa del mundo ha bajado la cifra de 50.000 suscripciones a solo 4.000 en los últimos tres años. Comunidades que padecen la incertidumbre de los dos discípulos de Emaús en los problemas afectivos, la idolatría del personalismo, el rechazo de la institucionalidad, las dificultades en el ejercicio de la autoridad y la animación, el desequilibrio entre autonomía-flexibilidad-exigencia, la irrupción de nuevos modelos culturales marcados por la virtualidad, las nuevas enfermedades psíquicas, la fragmentación de la familia, la concentración de las crisis en la vida comunitaria, la transpolación de los problemas individuales a la comunidad, la tendencia a la huida como forma de evasión, la brecha generacional, la búsqueda de protagonismos, la indiferencia y la inmadurez, la falta de coherencia…

Al mismo tiempo, la Vida Consagrada reverdece en la diversidad cultural y de edad de sus miembros, la pasión por Cristo y los pobres, la capacidad de escucha, la pedagogía del discernimiento, el testimonio martirial, la multiplicidad de dones y carismas, la vida de oración, las dinámicas de circularidad y descentralización de los últimos tiempos, la vitalidad de los jóvenes y de los ancianos, el liderazgo participativo, el crecimiento en la libertad, la solidaridad, la corresponsabilidad y la transparencia…

Se trata de un cruce de caminos en el que tampoco han estado ausentes ni la Congregación ni la Provincia: el cardenal Fran Rodé, el vicentino que ha ocupado una responsabilidad más alta en la historia de la Iglesia, acaba de entregar su oficio de Prefecto de la CIVC-SVA, aunque dejando una estela de insatisfacción en los religiosos de todo el mundo por su visión integrista de la Iglesia y de la Vida Religiosa; en nuestra antigua casa provincial funcionó el embrión de lo que hoy es el servicio de formación de religiosas y religiosos de la CRC, liderando por cohermanos que aún viven como Jorge García y Fenelón Castillo; el Padre Eduardo Arboleda fue el primer presidente de la Conferencia de Religiosos de Colombia y casi todos sus sucesores han formado parte de la junta directiva; varios cohermanos han sido miembros de sus comisiones, presidentes de las seccionales, vicarios episcopales de religiosos; uno de los nuestros es actualmente el Secretario General de la CLAR…

Esta relación y este contexto plantean al Centenario un quinto llamado que podemos descifrar en la manera como precisamente la CLAR se ha orientado durante el actual trienio: a la luz de un Horizonte Inspirador que camina del encuentro de Jesús de Nazaret con la Sirofencia (Mc 7,24-30) hasta la Transfiguración (Mc 9,2-10), para afirmar la dinámica de la “interrelacionalidad” en experiencias intercongregacionales, en la preocupación por la armonía con la naturaleza, en el esfuerzo por “hacer efectivo el evangelio” en beneficio de los pobres, en el reconocimiento de los carismas fundacionales en los laicos, en la formación de animadores de comunidades locales, en la actualidad de la vocación de los religiosos hermanos, en el reconocimiento de los nuevos escenarios y los sujetos emergentes…

De este amplio panorama podemos entresacar dos movimientos que deberían caracterizar nuestra respuesta contextual: la reconfiguración de las provincias y la relación entre carisma y laicado. Hoy por hoy, no hay comunidad que no se esté reconfigurando y que no se esté abriendo de manera creativa y humilde a la presencia del laico en su vida y misión. Ya hemos insistido en lo segundo, aunque no podemos dormirnos sobre la veta laical del carisma que existió desde los inicios con la primera fundación de san Vicente, las Caridades. Centrémonos en la primera corriente para que nos abramos a la reconfiguración, por motivos no de supervivencia sino de vitalidad. Pero ¿cómo es posible, se preguntará más de uno, que éste nos venga a hablar de este tema precisamente en la celebración del Centenario? Porque el posconcilio nos equiparó para estos pasos, porque ya hemos dado varios, porque la Provincia tiene en este aspecto una vocación singular y específica y porque no darlos sería al mismo tiempo ceguera y suicidio.

Me explico: 1º Las nuevas Constituciones, la Instrucción sobre la Estabilidad, Castidad, Pobreza y Obediencia en la Congregación de la Misión, la Guía Práctica del Visitador, la Guía Práctica Superior Local, que son documentos preciosos e hijos legítimos del Vaticano II, han ido sosteniendo un proceso de desplazamiento, equilibrado por el buen sentido común de nuestro Fundador congregacional, Vicente de Paúl, y de nuestro Fundador provincial, Martiniano Trujillo, de lo central a lo periférico, de lo institucional a lo personal y comunitario, de lo religioso a lo misionero, de lo general a lo local, de lo directivo a lo participativo, del secretismo a la comunicación, de la Provincia a la comunidad local. 2º Creo sin lugar a dudas que fue en nuestra Provincia y en nuestras casas de formación donde se comenzó a hablar de sentido de pertenecía no solo a la Provincia sino también a la Congregación y al carisma. 3º Por su relación con CLAPVI, cuya fundación surgió del genio creativo y misionero de uno de nuestros ex-visitadores, el Padre Luis Antonio Mojica, cuya sede ha estado casi siempre en Bogotá, cuyos secretarios ejecutivos han sido casi todos colombianos, cuya presidencia la han ocupado todos nuestros Visitadores, Colombia tiene la específica vocación de abrir sus fronteras a las necesidades y las posibilidades de las provincias hermanas de América Latina. Pero como somos una institución auto-suficiente, en lo que a recursos, miembros, tradiciones, documentos, etc., se refiere, tendemos a encerrarnos en nosotros mismos, hacemos de las provincias repúblicas independientes y nos sustraemos a un signo de los tiempos que se debe asumir en dos direcciones: ad extra, por ejemplo con un ente interprovincial de Colombia-Ecuador-Venezuela que facilite el aprovechamiento de los recursos y la búsqueda de soluciones la actual sinergia de las compañías aéreas nos la está sugiriendo a gritos; ad intra, la dinamización espiritual, comunitaria y evangelizadora de nuestras comunidades locales A estos dos mecanismos estratégicos se refirió la última Asamblea General. Así nos resbalamos brevemente hacia el sexto y último contexto que quería proponerles.

6.      La Asamblea General 2010

Limitémonos a destacar que la historia de la Provincia ha estado marcada en su segunda mitad por las Asambleas Generales del postconcilio y que en la entrada de este aire renovador ha influido la concomitancia de las Asambleas intermedias de CLAPVI con las Generales de la Congregación y la participación protagónica de los nuestros en las comisiones, la moderación, la secretaría, los debates…, como Eduardo Arboleda, John de los Ríos, Samuel Silverio Buitrago, César Flaminio Rosas, Luis Antonio Mojica, Abel Nieto, Fenelón Castillo, Aurelio Londoño, Alfonso Cabezas, Álvaro Juan Quevedo, Daniel Vásquez, Alfonso Mesa, Guillermo Campuzano, David Sarmiento, Juan Carlos Cerquera, José Antonio González…

La todavía reciente Asamblea General del 350º aniversario espera de la Provincia en la celebración del Centenario a más de las respuestas que hemos mencionado ya en relación con la antropología del pobre, el protagonismo de los laicos vicentinos y la reconfiguración intra e inter provincial: fidelidad creativa para la misión; formación místico-profética; nuevos espacios ministeriales para la vocación de los Hermanos; nuevas formas de servicio al clero; obras caracterizadas por el cambio sistémico.

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